Copy Shop es un cortometraje de poco más de 11 minutos del artista vienés Vigil Widrich que le valió la niminación al Oscar en 2002 y con el que se dio a conocer internacionalmente tras la buena acogida por la crítica. Cuenta la historia de un hombre empleado en una tienda de reprografía que, accidentalmente, hace un día una copia de su propia mano. Un simple error que conduce a que la fotocopiadora cobre vida propia y comience a crear de forma descontrolada copias de su propia persona, generando un caos a menudo divertido pero con implicaciones más profundas.
Además de una historia ingeniosa, el cortometraje posee unos increíbles efectos visuales logrados con un trabajo minucioso que duró 8 meses. Fueron 18.000 fotogramas rodados en video digital que posteriormente fotocopió, manipuló para crear los efectos visuales y volvió a filmar uno a uno con una cámara de 35 mm. Un trabajo experimental, de chinos, pero con un resultado excelente.
Fast Film es todo menos comercial, ya que los diferentes elementos en los que se materializa esta trama básica, caballos, trenes, aviones, diferentes escenarios, han sido reconstruidos en papel, de forma que en todo momento quede al descubierto el tinglado de la farsa y sea imposible construir esa ilusión de verosimilitud que pretendía el cine clásico hasta sus últimos estertores. Unos elementos papirofléxicos, tan infantiles como la propia trama, sobre los que se proyectan esos fragmentos de películas a los que me refería antes, cuya selección y yustapoxición suponen uno de los triunfos de este corto, al haber tenido el autor que revisar cientos de películas, seleccionar las escenas que fueran relevantes para sus finas y remontarlas en un todo coherente, de forma que escenas, tramas y actores dispares encajasen entre sí como las piezas de un puzzle, que en realidad nunca ha existido.