¿Existe realmente la casualidad o todo está predeterminado de antemano? ¿Somos conscientes de que cualquier acto que llevemos a cabo, por nimio que pueda llegar a parecer, influye no ya sólo en nuestro destino, sino también en el de las personas que nos rodean? ¿Hasta qué punto la existencia es fruto del azar? El director polaco Krzysztof Kieslowski plantea algunas de estas cuestiones en Trois couleurs: Rouge, película con la que cierra, y de qué manera, su famosa trilogía inspirada en los tres colores de la bandera francesa.
La obra que nos ocupa es, si no la mejor (habrá quien se decante por la evocadora poética de Bleu), sí la más compleja de la trilogía. El autor de El decálogo, concibe aquí un microcosmos en el que todos los elementos que lo conforman parecen interactuar entre sí (los continuos “cruces de camino” entre Valentina y Auguste, su vecino, a lo largo del filme sin que ninguno de los dos se percate), como si cada uno de ellos formase parte de un engranaje armónico con un fin ya determinado. Podríamos decir que todo lo que sucede en la película ocurre por alguna razón.